Siembra
Yo me eduqué en la creencia de que “Todo el que siembra espera recoger un día”, pero últimamente he descubierto que esto no siempre es así. Ha sido un descubrimiento doloroso. Hay quien
siembra y no recoge. Hay quien recoge sin haber sembrado. En conclusión, hay que sembrar por el placer de sembrar.
Y aquí está mi obra. He sembrado por el placer de sembrar, he escrito por el placer de escribir. He escrito para dejar constancia de lo que sintieron las mujeres que se educaron bajo una dictadura.
Ellas,
en general, no fueron a la guerra, pero sintieron el menosprecio sibilino de ser ciudadanas de segunda, por ley. Algunas, machacadas por las apariencias, se criaron sin identidad. Y aunque la buscaban afanosamente en el espejo, no llegaron a encontrarla nunca.
A otras, no les advirtieron de que el mal existe, aún en tu entorno más cercano, y puede acabar contigo si no tomas precauciones. Para “protegerlas” les permitían ver el mundo desde la ventana. Y, eso sí,
podían mirar a la luna y suspirar. Las “privilegiadas”, después de luchar con sus propias familias, en un ambiente hostil, patriarcal y machista pudieron estudiar y salir del patrón trazado. Las excursiones a la naturaleza,
nunca al extranjero, eran un consuelo para todas.
Y así, hasta el infinito.
Son heroínas anónimas a las que ninguna memoria histórica reconoce mérito alguno. El fin de la dictadura y el cambio de las leyes tampoco originaron un reconocimiento del estado de la cuestión. Sólo
hay que contemplar con detenimiento las fotografías de la época: hombres al mando.
El único
consuelo es haber allanado el camino de generaciones de mujeres, que hoy ven reconocidos sus derechos en la ley aunque la sociedad camine más despacio.
Seguramente no habré cumplido con todos los modelos de la narrativa, pero en los que haya acertado es un mérito compartido.