MARGOT EN EL INSTITUTO

MARGOT EN EL INSTITUTO

Margot en el instituto

Viernes de Dolores y vacaciones de Semana Santa. Las doce de la mañana, salida del colegio. La pandilla venía por la acera de la calle del pueblo ocupando todo el espacio, charlando y riendo en voz alta, como era su costumbre.

--No me voy a levantar mañana hasta las doce por lo menos—dijo Merche, alta, pelo muy rizado para su desesperación y gafas.

--Pues tienes mucha suerte de que tu madre trabaje y puedas hacerlo, porque la mía seguro que me está preparando ya el cubo y la fregona para que arregle mi cuarto—contestó Valentín, bajo, delgado, con un pelo imposible.

--Es que tú eres un niño modelo. Tu madre lo dice todos los días para que no se nos olvide—. Saltó como un rehilete Margot, baja, regordeta, pelirroja, pecosa, con correctores en los dientes, que vivía en el mismo bloque que Valentín, en el piso de arriba.

--Eh, vosotros, no os quedéis atrás—gritó Pepe, rubio y ojos azules, el relaciones públicas de la clase, a Ramiro y a Jessica.

Ramiro, alto, moreno, atlético de gimnasio, venía detrás con Jessica, Jessi para los amigos, guapísima y supermaquillada (en los portales, al salir de clase) conversando animadamente.

Margot miró para detrás y reconoció en su interior que nunca podría competir con Jessi para interesar a Ramiro, su amor secreto. Ni siquiera lo sabía Merche, su amiga del alma.

--Y el año que viene, al instituto--dijo Merche.

--Dice mi hermano que es horrible: muchas asignaturas, un profesor para cada asignatura, no como en la escuela, muchos exámenes, no puedes salir todos los días porque tienes que estudiar. Un agobio. Aunque mi madre dice que no es para tanto—explicó Margot con gesto de preocupación.

--Pero tú tienes a tu madre que es profesora de Lengua en el instituto. Seguro que te ayudará. Eso es jugar con ventaja—dijo Valentín levantando sus ojos hacia Margot que caminaba a su lado.

--Eres un bicho—contestó rápidamente Margot. Y que yo tenga que aguantar a éste, pensaba, mientras Ramiro va con Jessi. Él nunca se fijará en mí, ¡qué asco de vida!

--También dicen que hay cosas buenas en el instituto, tenemos más libertad, los padres no están allí todo el día—aclaró Pepe en tono conciliador.

--Tú, como eres el hijo del alcalde y tu padre tiene una ganadería famosa, seguro que sacas también alguna ventajilla—aseguró Valentín de nuevo.

--Eso es envidia o caridad—respondió Pepe con su muletilla famosa para defenderse ante estos ataques acostumbrados.

--A mí, plim—respondió Valentín, encogiéndose de hombros—.Yo aprobaré con buenas notas, como siempre. Pienso empezar a estudiar ya este verano.

--Bueno, tengamos la despedida en paz—añadió Merche, cansada de la eterna disputa que no llevaba a ninguna parte.

--Os propongo merendar en mi casa esta tarde—dijo Pepe, hijo único, que no quería pasar la tarde solo- Ramiro, Jessica, ¿qué os parece?

Ramiro y Jessica miraron asombrados a Pepe.

--¿Qué nos parece qué?

--Pues que vayamos todos a merendar a mi casa, para celebrar las vacaciones de Semana Santa. Es que no os enteráis de nada.

--De nada que no sea su amor—dijo Valentín en tono irónico.

Jessica fulminó a Valentín con la mirada y dijo:--Que sepas que yo no voy. No quiero pasar la tarde en un jardín de infancia. Además, tengo que salir de compras con mi madre.

--Pues yo tampoco voy, tengo que ayudar a mi padre en casa—exclamó Ramiro, con resolución.

--¡Qué lástima!, suspiró Margot.

--Bueno, bueno, no pasa nada—dijo Pepe, temiendo que su tarde se fastidiara--. A los demás os espero a la hora de merendar.

--Hemos llegado a mi casa. Hasta luego si me dejan—dijo Margot mirando con cara asesina al tal Valentín y con un suspiro a Ramiro. Era su secreto mejor guardado. Ni su mejor amiga, su inseparable Merche, se lo podía imaginar.

--Seguro que tu madre te deja venir esta tarde a mi casa. Vamos a merendar para despedirnos—aseguró Pepe.

Él disfrutaba enseñando su casa y dejando con la boca abierta a los compañeros cuando pasaban de una habitación a otra: “Mi dormitorio, ¡ah!; mi cuarto de baño, ¡ah!, ¡ah!; la biblioteca, ¡ah!, ¡ah!, ¡ah! y la piscina, ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!; otro cuarto de baño, ¡oh! A cambio de tanta admiración toda la pandilla se ponía redonda de tarta, pasteles, chocolate. Bailaban con las últimas novedades y se marchaban amenazando con volver. Los padres de Pepe estaban encantados con la popularidad de su hijo.

--¡A ver si me deja mi madre! Ya sabéis cómo es. Te llamaré—suspiró Margot.

Entraron Valentín y ella en el portal y antes de llegar al ascensor Valentín le soltó:

--Sabes que a tu madre no le gusta que vayas a casa de Pepe cuando no están sus padres, que me he enterado.

--Eres un chivato. Nunca serás mi amigo, bastante tengo con tenerte por vecino para toda la vida. Como digas algo, digo que copiaste en el examen de Lengua.

--Pero si es mentira. Yo nunca necesito copiar, me lo sé todo. Además, diré por ahí que te gusta Ramiro. Me he dado cuenta de cómo lo miras.

--Eso sí que es mentira.

La llegada de la cotilla mayor, esto es, de la vecina del segundo, puso punto final a la discusión. Subieron los tres en el ascensor con cara de no haber roto un plato ninguno de los dos.

Al salir, la vecina se despidió cariñosamente.

--Adiós. Pero qué niños tan bien educados. Vuestros padres pueden estar orgullosos de vosotros.

Cuando se cerró la puerta del ascensor, continuaron la discusión hasta la parada del cuarto, donde salió Valentín.

--Ojito con lo que hablas o te arrepentirás.

--¡Bah!, ¡Mujeres! Nunca me casaré.

--¡Hola, familia! Ya estamos todos de vacaciones. ¡A vivir, que son dos días! Pero bueno, ¿qué pasa con esas caras?, ¿os han suspendido?—dijo Margot.

--Ha llamado mamá desde el instituto. Han salido las listas definitivas y le han confirmado el traslado. El curso que viene nos vamos a la capital—contestó Alberto, su hermano mayor, 16 años, con cara de pocos amigos.

--No puede ser. Hasta he rezado para que no pasara. Tendré que dejar mi pandilla. Nunca volveré a ver a…--Margot dio marcha atrás y no dijo nada más. He estado a punto de meter la pata, pensó.

--¿A quién no verás más? ¿A Valentín, tu novio?—preguntó inocente, David, el más pequeño, 10 años.

--Cállate. Ése no es mi novio, ni nada que se le parezca.

--Como vais siempre juntos.

--Porque vivimos en el mismo bloque y estamos en el mismo colegio.

--Eso no es motivo.

--A que te tiro algo.

--No os peleéis más. El caso es que tenemos que irnos—dijo el mayor.

--¿Y dejar mi cuarto que lo tengo decorado en plan princesa? Ni hablar.

--Pues no es tan malo. Mamá lo ha hecho porque yo, dentro de poco, voy a la universidad y desde un pueblo es más difícil.

--Claro. A ti esto te conviene mucho. Pero a mí qué. Nadie cuenta conmigo para nada-- se quejó Margot.

--Tú dentro de poco también irás a la universidad—remachó Alberto.

--Alberto, no entiendo nada—interrumpió David, a punto de llorar--. Papá se fue de casa y vive en la ciudad con otra mujer y tengo un hermano más pequeño al que no veo. Ahora nos vamos nosotros también. ¿Tú crees que tendré amigos en el nuevo colegio?, ¿me gustarán las comidas?, ¿serán los profesores tan simpáticos como aquí?

--Claro que sí. Anda, ven aquí. Siéntate conmigo. Yo te defenderé siempre. Me parece que mamá ha llegado. Pondré la mesa para almorzar.

El almuerzo parecía un funeral. Adela, la madre, no se lo podía creer. Les había explicado por activa y por pasiva lo beneficioso que sería para todos que le concedieran el traslado a la ciudad y creía que habían llegado a un acuerdo. Ahora pensaba que, en el fondo, sus hijos no querían el traslado.

Decidió no entrar en polémica ni dar más explicaciones. Se sentía apoyada por su hijo mayor, como siempre, desde la separación de su marido. Su hijo tuvo que madurar y ahora era su mejor apoyo en todo. En cambio, sentía las miradas de reproche de Margot que no podía asimilar que su padre hubiera formado otra familia. Era la que más lo echaba de menos.

Almorzaron en silencio, dio permiso a Margot para ir a casa de Pepe, como cosa excepcional y para despejar el mal ambiente.

Las vacaciones de Semana Santa fueron grises y lluviosas, con Margot a cara de perro. El pequeño David disfrutó de permisos especiales de salida para que pudiese despedirse de todos sus amiguitos en sus casas.

El verano pasó en un suspiro: buscar casa, traslados, despidos, organizar la nueva casa, conocer el barrio…Y aquí tenemos a Margot, preparándose para el curso.

--¡Tengo miedo, mucho miedo! Odio tener que empezar el curso en un centro nuevo. ¿Qué culpa tengo yo de los traslados de mi madre? Las amigas no me duran nada--decía Margot, mientras se miraba en el espejo de su cuarto. Oyó que su madre la llamaba para el desayuno. Bajó al momento.

--A ver, hija, ¿qué te pasa ahora con esa cara que traes?

--Soy gorda, baja, pelirroja y con pecas. Seré el hazmerreir de la clase. Nadie me querrá. Quiero ser mujer-objeto y no estudiar más.

--A propósito de mujer-objeto. Mira en el cuarto de la plancha.

Margot salió disparada. Y allí estaba todo: camiseta, pantalones, botines, mochila. Todo de su color favorito, perfectamente conjuntado y último modelo. Se lo puso al momento.

Subió al cuarto de Alberto, su hermano mayor. Pidió permiso y entró.

--Hola, pequeñaja. ¿Dónde vas tan bien conjuntada?

--Es ropa nueva que me ha comprado mamá para animarme. Tengo miedo.

--¿Miedo?, ¿de qué?—preguntó Alberto, que era un líder en su clase y siempre lo escogían para delegado de curso. --Vas  a ir a un centro de secundaria. Siento que no puedas venir al mío.

--Tengo miedo, Alberto. Los amigos mayores me han dicho que se pasa muy mal si no tienes amigos que te defiendan.

--Vamos, vamos. Mañana vas a empezar una aventura. Iremos poniendo normas. Regla primera: no demuestres que tienes miedo. Si te dicen algo que te moleste, contesta. No te quedes callada. Ya me contarás cómo te ha ido.

El día pasó para Margot en un vuelo. Durmió mal. Se levantó muy temprano, se arregló y bajó a desayunar.

--Estás muy guapa con ese conjunto—le dijo Alberto.

--Claro, tú lo dices para animarme.

--Eso, ¿y yo, qué? A mí nadie me compra nada nuevo. Yo siempre con la ropa vieja.

--Vamos, David, no te enfades. Son cosas de mayores. Ya comprenderás. Te prometo una camiseta de tu equipo de fútbol. Saldremos el fin de semana a comprarla—terció Alberto ante la agradecida mirada de Adela.

--Sí, pero ella tiene más cosas. Bueno, te perdono esta vez, Margot—refunfuño David, que siempre andaba perdonando a todo el mundo.

 Al fin, y a su pesar, Margot se encaminó al centro de enseñanza. Tenía un nudo en el estómago. Al doblar la esquina, apareció. Era un gran edificio amenazante como una fortaleza inexpugnable, con una enorme y oscura entrada. Margot sintió que se encogía y se convertía en un diminuto insecto. Respiró profundamente. Ella era Margot y el edificio de enfrente un centro de enseñanza vulgar y corriente. La voz de Alberto resonó en sus oídos: “No demuestres que tienes miedo”.

El vestíbulo era enorme; el tablón de anuncios  con las listas y las aulas, al fondo. Grupos de alumnos se saludan y charlan. Los novatos miran en todas direcciones con sensación de desamparo. Esto parece “El laberinto de Dédalo”, piensa Margot, lo leí en un libro de mitología.

Cuando atraviesa el pasillo, intentando localizar su clase, nota la mirada de admiración a su ropa de los grupos recostados en la pared. Esto funciona, las madres no son de este mundo. Son brujas que adivinan siempre lo que va a pasar, piensa sonriendo.

La puerta del aula está abierta. Margot se sienta en la última fila. Un grupo de “pijas”, largas melenas con mechas  rubias, maquilladas, clava sus ojos en ella.

--¿Dónde vas, Paris Hilton?—pregunta la cabecilla del grupo.

--I´m sorry. I don´t know who is Paris Hilton.

El grupo se queda estupefacto. Margot sonríe por dentro. Al fin y al cabo, no es tan malo tener una madre que la manda a una a Irlanda, en verano, para estudiar inglés.

He ganado el primer asalto, pero sigo teniendo miedo. Ahora será peor, piensa mientras saca de la mochila el libro que siempre lleva consigo para leer en cualquier sitio, una costumbre de su madre tan “leona” como ella.

--¿Qué tal el primer día?-- preguntó Alberto, mientras almorzaban los dos solos, con su atractiva sonrisa con la que se ganaba a compañeros y profesores.

--Hice lo que me dijiste. No demostré miedo, pero ahora será peor porque les gané la primera batalla.

--Míralo de otra manera. Has ganado la primera batalla, pero la guerra es larga. Te voy a poner otra tarea: busca en la clase una alumna nueva que no tenga amigas como tú. Así la ayudas a ella y te ayudas a ti misma. Ánimo, valiente.

Siguieron charlando mientras recogían la cocina.

Su madre les había inculcado desde pequeños que “Obras son amores y no buenas razones” y que si la querían de verdad, se lo demostraran en las pequeñas cosas cotidianas. Nada de grandes regalos que cuestan dinero. El amor se demuestra en las pequeñas cosas del día a día: tener la habitación limpia y recogida, cuidar la ropa, recoger la mesa, limpiar la cocina…

Durante la cena, Margot seguía enfadada, pero aceptó el reto: “Mañana iré y cumpliré el mandato de Alberto, traeré el nombre de una amiga”.

--Perdona que interrumpa tu lectura—dice una tímida vocecita--.¿Puedo sentarme contigo? Es que soy nueva y no conozco a nadie. Me llamo Chus, de María Jesús.

--Claro que puedes sentarte--.Chus era alta y muy delgada.

Durante el recreo, ambas se contaron sus vidas. Ya nunca estarían solas en aquella clase. Volvieron del recreo felices y contentas. Pero ahí estaba la cabecilla del grupo que les espetó: ”Parecéis Don Quijote y Sancho. Tú, además, Margot, tienes el pelo de panocha”.

--Ahora sí que no vuelvo más. Me duele el estómago sólo de pensarlo.

Alberto conocía la escena porque él mismo había ridiculizado a otras novatas.

Amaba a su hermana y sufría sabiendo lo que se le venía encima. Se juró a sí mismo que nunca más ridiculizaría a nadie y defendería a quien fuera humillado en su presencia.

--Mira, Margot—intervino-- eso que tú estás contando tiene la importancia que quieras darle. Ahora, además de estudiar y sacar buenas notas, tienes que  aprender a convivir y  lograr que algunas malas personas no te hagan daño. Aguanta. Mañana, al salir de clase os espera una sorpresa, a ti y a tu amiga Chus. Tú sólo tienes que procurar que te vean “las pijas”.

--Margot, Margot, hemos venido a recogerte.

No se lo podía creer. Allí estaban dos amigos de su hermano, altos y guapos. Los había conocido unos días antes en su casa. Instintivamente miró a “las pijas” que observaban la escena con la boca abierta. Los muchachos se acercaron a las dos amigas y salieron los cuatros charlando animadamente.

--¿Qué tal la sorpresa? -- le preguntó su hermano, ya en su casa, por la noche.

--No me lo podía creer. Tendrías que haber visto las caras de “las pijas”. Cuando nos encontramos por la tarde en el centro, ya no me llamaron ” panocha” sino Margot, y me preguntaron si se los podía presentar.

--No, por Dios. No quiero perder a mis amigos. Irán a recogeros a tu amiga y a ti toda la semana y algún otro día que puedan.

--Gracias, gracias, hermanito. Me va gustando esta “guerra”. ¿Cuál es el próximo paso?

--Se trata de separar el grupo. Seguro que hay una que tiene problemas y no quiere que se enteren las demás. Es cuestión de días. Ya me dirás.

--Tenías razón. Eres un brujo. Es la más bajita. Me confesó que sus padres quieren separarse, pero le da vergüenza decirlo. Eso no está bien visto en la pandilla.

--El propósito es que forméis un grupo, cada vez más amplio, para que todas las alumnas y los alumnos se encuentren en el centro como en su casa. No hay derecho a que unos cuantos ocupen los centros y entren allí como “Perico por su casa” y otros estén todas las horas del horario, que son muchas, incómodos y sufriendo. La enseñanza es obligatoria, y todos y todas tienen que sentirse a gusto. El bienestar emocional es importante. Bastante se sufre en los exámenes.

 Así es que ya tenéis tarea tú y tu grupo. ¡Ah! Y no olvides que tienes que estudiar, aprobar y sacar buenas notas. Esto es de vital importancia para la tarea.

--Hermanito, ¡cuánto sabes!

--Ésta es mi chica. Y sé muchos más trucos, ya te contaré.

Comentarios

12.03 | 13:29

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