EL EMPOBRECIMIENTO DEL LENGUAJE
Publicado por la autora de esta página en el diario EL PAÍS, martes 1 de abril de 1986
Si tuviéramos que añadir un sexto sentido a los cinco tradicionales, sin duda alguna, éste sería el habla. Así pues, la lengua además de
servir para el sentido del gusto, tendría la aplicación de emitir sonidos, es decir, hablar. El lenguaje nos diferencia del resto de los animales con los que compartimos vista, oído, tacto, olfato y gusto. Mediante las palabras nos comunicamos
con nuestros semejantes, expresamos nuestros sentimientos: amor, odio, desdén, afecto.
Las palabras tienen
existencia propia y alma. Se me ocurre que viven en un mundo alado y etéreo, no localizado ni en el espacio ni en el tiempo, ocupando un imaginario castillo con muchas dependencias. Hay dependencias serias y austeras para palabras mayores como
Estado, Vida, Muerte…Otras estancias son de dificultoso acceso, para palabras de difícil conquista como Libertad, Independencia, Amor, Equilibrio… Existen también vocablos pequeños y agradables, que habitan
en pequeñas y luminosas habitaciones como Risa, Alegría, Aprobado…
Por el contrario, podemos encontrar palabras feas y desagradables, que pasan sus días en mazmorras húmedas
y lóbregas como Miseria, Hambre, Frío, Suspenso…Se nos presentan también las que se pueden llamar palabras generacionales, es decir, términos que se usan en un momento determinado, sobre todo por la juventud, y son
olvidados.
Estas formas de expresión son desconocidas para los demás, de
tal manera que constituyen en sí mismas una jerga, carente de significado para el resto de los mortales. Sin embargo, algunos de estos términos son afortunados y se incorporan al mundo llamémosle adulto. Tal es el caso de pasota,
pasar de…, pasar a tope.
Por último, están las palabras que alcanzaron
gran importancia en épocas pasadas y ya no existen; con todo, el testimonio de su esplendor se puede constatar en los textos escritos. Son arcaísmos, palabras muertas y enterradas, con lápida y todo.
Es claro que cada persona utiliza una serie de palabras para expresar sus ideas porque las prefiere a otras. Los términos y expresiones
que usamos nos envuelven como un manto invisible y van pregonando no sólo nuestra ascendencia y la región de nuestra procedencia, sino también nuestras estructuras mentales: graves, serias, elaboradas, inconexas, sesudas, frívolas,
doctorales, risueñas, ofensivas, autodefensivas, agresivas, acogedoras, hipócritas…, lo más frecuente es que sean variables, según nuestro estado de ánimo.
El lenguaje es el primer patrimonio familiar que recibe el recién nacido; le acompaña desde la cuna a la sepultura, y es la herencia, a veces la
única, que transmite a sus descendientes.
Es pues, necesario que seamos conscientes de
la importancia de la lengua y de nuestro papel de transmisores de tal privilegio del animal racional. Amemos nuestro idioma, defendámoslo de las incorrecciones, cuidemos su ortografía, preguntémonos por qué razón unas palabras
se escriben con h y otras sin ella, o unas palabras con v y otras con b; indignémonos cuando veamos en un letrero público o en un anuncio una falta de ortografía. Creo que la Real Academia Española tendría algo
que decir al respecto, así como enjuiciar y criticar el lenguaje de nuestros políticos, nuestra televisión, los mensajes publicitarios, etcétera.
El placer de la lectura, punto de partida para leer y escribir correctamente, se va perdiendo. No hay tiempo ni lugar para gozarse en leer. No puede hacerse de cualquier manera, hay
que dedicarle tiempo, pensar con deleite y fruición que tal tarde, tal noche o tal rato escogido vamos a dedicarlo a la lectura.
Ponernos cómodos en nuestro confortable sillón del rincón favorito de nuestra casa y abrir con mimo las páginas, bien de autores que nos han precedido y nos comunican sus secretos traspasando como
los fantasmas el espacio y el tiempo, bien de autores modernos que, traspasando sólo el espacio, nos comunican sus conclusiones. La lectura alienta la imaginación, abre caminos insospechados y puede hasta cambiar nuestros conceptos vitales. Es
cierto que estamos en un mundo en el que la televisión, el vídeo, el ordenador dominan el mercado. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
El resultado es un empobrecimiento del lenguaje que va manifestándose con más fuerza a medida que las generaciones llegan a los centros de enseñanza. Hasta tal punto esto es así, que
en la reforma de las enseñanzas medias, uno de los objetivos comunes prioritarios es la comprensión y expresión oral y escrita, es decir, saber leer y escribir. Tal objetivo viene a remediar el empleo casi único
de las palabras que designan los objetos más cercanos: mesa, silla y, en algunos casos, la palabra cosa, comodín aplicable a todo.
Identifican muchos iluminados de nuestra época hablar correctamente con ser de derechas. Confunden el tocino con la velocidad. Expresarse y escribir correctamente debe ser aspiración de todo ser humano.
A pesar de todo, hay que ser optimistas. No puede negarse la importancia de la informática, los ordenadores y todo lo que nos espera en los años veniderosni podemos volver la espalda al futuro. Sin embargo, lo cortés no quita lo valiente.
No hay que optar por una corriente en detrimento de la otra. Todos los avances de la técnica deben estar al servicio del hombre y no al revés. Los hombres pasan, pero la lengua permanece.
N. B. Una vez leído lo anterior, no hay que dejarse influir en demasía por la exposición y renunciar a expresarnos o escribir por el temor a caer
en alguna incorrección. Es aconsejable tener a mano algún manual de estilo para consultar dudas. Si, a pesar de todo, caemos en algún error, hay que aceptar que no dominamos todas las reglas, pero que estamos dispuestos a aprender. Una
lección de humildad siempre viene bien.