LA TORRE INCLINADA

La torre inclinada

Conferencia de Virginia Woolf sobre la “Torre inclinada”. “Jóvenes que se hacen socialistas, pero están posados sobre una torre elevada por encima del resto de nosotros, una torre construida con los privilegios y el dinero heredado de sus padres…Obtienen beneficios de una sociedad a la que maltratan”.

La tutora reunió a los tres adolescentes, hermanos, hijos de un matrimonio amigo, hace tiempo fallecidos y, sin más preámbulo, les espetó: “Estoy hasta las narices, por no decir otra cosa peor, de vosotros y me arrepiento de la hora en que acepté la propuesta de vuestros padres de nombrarme vuestra tutora, pero no se puede dar marcha atrás en el tiempo. Sois los tres muy guays y muy de izquierdas, pero vivís en una magnífica casa, colegios privados carísimos y tenéis un tren de vida gracias al trabajo y las previsiones de vuestros padres, cuyas vidas de trabajo y ahorro miráis con displicencia. Gracias a eso, podéis escoger la vida que queréis llevar sin atender mis consejos. Al revés, basta que yo os aconseje una cosa, para que me miréis con cara de haba y hagáis lo contrario. Está bien, podéis hacer lo que queráis. Si necesitáis dinero podéis pedírmelo y os lo daré en la medida en que el testamento lo permita. No quiero oír más quejas, porque no estoy para aguantar esto. Así es que os lo advierto, pronto seréis mayores en edad, saber y gobierno, tomad vuestras responsabilidades a las duras y a las maduras. Ahí os quedáis”.

 La tutora salió de la casa dando un portazo, mascullando: “Estoy hasta las narices de adolescentes”. Estaba tan sofocada que salió sin saber adónde iba. Al final acabó en su sitio favorito, un banco del parque, mirando el río. Un río a la medida de las personas, ni ancho ni estrecho, plácido, monótono y oscuro. La acción de sentarse a mirar surtió su efecto. Al rato la tutora se encontró mucho mejor. Recuperó su equilibrio.

“No puedo seguir así, acabaré perdiendo el poco cariño que me tienen. ¿Por qué aceptaría yo el encargo de sus padres? Pero quién iba a imaginarse lo que sucedió después, el terrible accidente. Yo había entrado a trabajar como secretaria de la madre, y, poco a poco, y siempre desde el mutuo respeto, fuimos estableciendo una relación que culminó con el nombramiento de tutora de sus hijos, a mí, que había sido una niña pobre, que era una humilde secretaria, en detrimento de sus poderosos amigos. Quizás por mi rectitud, mi disciplina, quién sabe…

Mi infancia careció de todo, incluso de cariño. Todo era aprovechar y estudiar para el día de mañana, el hoy no existía. Tengo que examinarme en conciencia, a lo mejor es que no puedo comprender la actitud de estos adolescentes, no soy imparcial con ellos, estoy constantemente comparando su infancia con la mía y así no llegaré a ningún sitio. Es verdad que antes se pasaba de niño a adulto, sin transición. Hoy el período de la adolescencia es cada vez más extenso. Pero tienen que comprender que la vida va en serio, como dice Gil de Biedma, y que el mundo que han conocido hasta ahora ya no existe, poco a poco se va perdiendo, pero ellos no lo ven porque se han educado en muchos derechos y pocos deberes. Yo me eduqué en muchos deberes y pocos derechos, por no decir ninguno. Es a mí a quien le toca abrirles los ojos, pero ¿cómo hacerlo? Su madre me decía de broma que las mujeres no tienen majestad, que los hijos no las toman en serio; que la majestad la tienen los hombres, que cuando riñen o se expresan todo el mundo los toma en serio. No quiero ni pensar qué pasa con las tutoras. No hay nada más que ver en las series, en las películas, qué pasa con las esposas, una vez que se muere el biografiado. Ni una reseña, nada, para decir qué ha sido de sus vidas. Está claro que no hay majestad”.

La tutora se levantó decidida. No podía renunciar al encargo de su jefa-amiga. Quizás por esto la había escogido a ella, porque era luchadora y no los abandonaría, ni les bailaría el agua. Pero se daba cuenta de que necesitaba ayuda para ese cometido. Coger de la mano a unos adolescentes, en unas circunstancias tan especiales, y llevarlos a convertirse en personas adultas y responsables de sus actos no sería tarea fácil. Estaba decidida a intentarlo. Sacó de su bolso la agenda con los teléfonos de las relaciones familiares y buscó en la P de psicólogo.

Comentarios

12.03 | 13:29

Como buena hija de una MUTANTE y además PAS, agradezco a mi m...

14.07 | 09:44

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10.02 | 11:29

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